5 lecciones de esperanza desde la experiencia pascual de María Magdalena
De acuerdo con los Evangelios, María Magdalena fue la primera persona que se encontró con Jesús resucitado. San Juan nos cuenta sobre ese encuentro y, en algunas líneas, nos deja grandes enseñanzas para la vida.
“Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas” (Jn. 20, 11–18).
María Magdalena nos deja ver ese deseo de encuentro con Jesús resucitado, para descubrirle como Salvador y guía a lo largo de nuestra vida. A continuación, te contamos más sobre esta experiencia pascual y las lecciones que nos deja…
1. No dejar de buscar.
¿Cuál habrá sido el estado interior de María Magdalena esa mañana de Domingo? Apenas hubo un poco de luz fue corriendo al sepulcro. Los ángeles les dieron el mensaje primero a las mujeres, luego a Pedro y Juan, y, aun así, ella no se sentía tranquila hasta encontrar a Jesús. Qué diferente sería nuestra vida si buscásemos a Jesús con esa intensidad. ¿Por qué Jesús la eligió a ella para ser la primera en verlo resucitado? Quizás porque fue la que lo buscó con mayor afán. ¿Por qué no se cansó de buscar? Quizás porque se sentía muy necesitada del amor de Dios. Quien se siente satisfecho, quizás muy lleno de uno mismo, probablemente poco a poco dejará de buscar a Dios.
2. ¿A quién busco?
No hay duda de que María Magdalena ama con intensidad a Jesús… pero al mismo tiempo, es cierto también que había mucho que purificar. Cuando va el Domingo muy de madrugada su intención es terminar de embalsamar un cadáver. En el fondo, no le había entendido ni creído a Jesús cuando Él decía que iba a resucitar. Su amor y su fe eran todavía muy imperfectos. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” les dice el ángel a las mujeres, dándoles una gran alegría, pero al mismo tiempo quizás con cierto tono de reproche. Cuando ve a Jesús, pensando que era el hortelano, Él mismo le pregunta: “¿A quién buscas?” Como si Jesús quisiese que primero tome conciencia de qué era lo que buscaba, invitándola a hacer un poco de silencio interior y cuestionar y purificar sus intenciones para poder hallar así la respuesta verdadera. Ella busca a Jesús… pero en un primer momento es todavía “su idea” de Jesús (recordemos que buscaba un Jesús muerto). Es decir, un Jesús a la medida de su fe imperfecta. Quizás por eso no logró reconocerlo en un primer vistazo.
3. De tú a Tú.
María Magdalena recién reconoce a Jesús cuando oye de sus labios pronunciar su nombre: ¡María! Resulta muy bonito escuchar que Jesús diga nuestro nombre con cariño, con dulzura, con expectativa. No le importa que no le haya creído ni que su fe sea imperfecta. No hay reproche. Solo una invitación a una relación personal, de tú a Tú, con “nombre y apellido” como diríamos. Es la misma relación a la que nos invita a nosotros una y otra vez. Con Jesús no se puede tener una relación “teórica”, ni imponerle condiciones, ni darle un nombre que no es el suyo. Tiene que ser personal, y saber que es Dios. En el fondo, solo me encuentro y me conozco cuando escucho que Dios pronuncia mi nombre, cuando Él me revela quién soy y a qué me llama.
4. La misión más especial.
Como en tantas historias del Antiguo y del Nuevo Testamento, la identidad de la persona está relacionada con su misión. María Magdalena reconoce a Jesús y cae a sus pies, lo abraza y lo llena de besos. Jesús no la rechaza, pero le recuerda (una vez más) que María tiene mucho todavía por recorrer. Le hace comprender que debe ponerse al servicio para poder cumplir una misión: ser apóstol. No se trata de estar apegados sentimentalmente a Jesús, de un abrazarse desordenado lleno de sentimiento y pasión, quizás tan solo una búsqueda de consuelo personal (en el fondo egoísta). Se trata de ponernos a su servicio. Escuchar su voz. María debe anunciar la Resurrección a los demás: “vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”. Tendrá por eso un título muy grande: “Apóstol de apóstoles”. De paso, Jesús le está encomendando compartir uno de los frutos más importantes de su Resurrección: la filiación divina (“vete a mis hermanos…”). Es decir, de ahora en adelante, somos realmente hijos del Padre y hermanos de Jesús, de un modo completamente nuevo.
5. No huir de las cruces.
Muchas personas se preguntan por qué Jesús se les apareció primero a las mujeres. Algunos contestan, y tiene sentido, que fue quizás como premio por ser ellas las que lo acompañaron de modo más cercano durante su Pasión. Los discípulos, con excepción de Juan, huyeron. A ellas, que fueron testigos de su Pasión y lo buscaron después con ansia, se les reveló primero. Quizás con ello hay una gran enseñanza: no huyamos de nuestras propias cruces. Nos hacen sufrir, y son muy dolorosas, pero vividas con fe y esperanza, darán enormes frutos en nuestra vida. ¿Qué mayor bendición que un encuentro cercano con Jesús?
Fuente: Catholic-Link