Vivir sin decir Dios

“… patrones o significados en formas
aparentemente inconexas, contradictorias
o absurdas”.
(José María Bautista)

Post-It 1: Era una de las primeras ocasiones en las que Carlos asistía a la reunión de la comunidad juvenil que yo acompañaba. No recuerdo bien el tema de ese día, pero recuerdo la pregunta/afirmación de Carlos: “Pero, donde alguien siente que ha sido Dios quien le ha impulsado a hacer el bien, otro podría simplemente decir que es algo que nació de él, sin necesidad de decir que fue Dios”. Mi respuesta debió ser algo así como “ciertamente, imagino que, al final, es una opción que uno toma… creer una cosa u otra”. Pero mi respuesta no me dejó satisfecho. De eso ha pasado ya un año o más. Creo que es ahora, cuando estaría listo para dialogar con Carlos.

Post-It 2: Debió ser el año 2003. Aún recuerdo la clase en la universidad que me impartía un catedrático muy peculiar, licenciado en filosofía. Creo que la clase era historia comparada de las religiones. Fue la primera vez que entré en contacto con los cuadros del “Buey y el Boyero ”, una historia muy conocida en el Zen. Aquel itinerario del crecimiento, ¡tan gráfico!, se me quedó grabado en la mente y el corazón, sin saber por qué. Años después, quizás temerariamente, lo usé para hablar sobre el “camino espiritual” a jóvenes universitarios de los grupos juveniles Maristas.

Post-It 3: Hace un año conocí personalmente a quien ahora es la maestra zen que me acompaña en la aventura de la meditación. En un diálogo con ella, me insistió en una frase de un poema de Teresa de Jesús: “Alma, buscarte has en mí”. Confieso que no le entendí… y tampoco me atrevería a decir que termino de entender aún lo que me quiso decir.

Hoy, mientras estoy acompañando un retiro en Karmel Juyú (Monte Carmelo en Kakchiquel, un idioma derivado del Maya), un lugar con una vista más impresionante al lago de Atitlán, en Guatemala, algo de estos tres post-it mentales, y muchos otros sedimentos de experiencias vividas, me ha hecho click, un chispazo de intuición, un insight.

El décimo cuadro del buey y el boyero presenta al boyero volviendo al pueblo, con las manos dispuestas a ayudar. El buey ya no aparece, pero no ha desaparecido. Buey y boyero se han vuelto uno , en realidad ya lo eran. Lo que se dice de la mente única (el buey, o Dios en nuestro lenguaje cristiano), puede decirse de la persona (el boyero, cada uno de nosotros). Donde alguien ve actuar al buey (Dios), otro ve actuar al boyero (la persona)… y ambos tienen razón . Por eso, cuando alguien interpreta que ha sido Dios quien le ha sugerido, desde su interior, una determinada acción, otra persona, que no confiesa a Dios, bien podría decir que ha sido algo que simplemente ha surgido en su interior… y ambos tendrían razón. Al fin y al cabo, como decía San Agustín, Dios es interior intimo meo (lo más interior de mí), o como me dijo mi maestra zen, citando a Santa Teresa, “alma, buscarte has en mí”. De modo que, cuando una persona actúa desde lo mejor de sí, sin pensar en Dios, bien podríamos decir, desde nuestra perspectiva cristiana, que ha actuado inspirada por Dios, puesto que no hay diferencia entre Dios y yo, entre el buey y el boyero. Claro que este actuar desde lo mejor de sí, suele implicar un serio y sistemático proceso de crecimiento, para no confundir la voz nacida de las propias dinámicas inmaduras con la voz interior más auténtica. Pero lo mismo podría decirse con respecto a confundir la auténtica voz de Dios con las propias fantasías o búsquedas egocéntricas, el discernimiento del Buen Espíritu y del Mal Espíritu según San Ignacio de Loyola.

Todo esto puede parecer una disquisición sin importancia práctica, y a lo mejor lo es, pero, en un mundo que parece volverse cada vez más laico, es decir, que invoca y explicita cada vez menos a Dios como fundamento de lo que existe y sucede, podría no ser así. Esta consciencia nos permite vislumbrar que Dios no ha desaparecido… es solo que, finalmente, se nos presenta la oportunidad, quizás novedosa en el mundo occidental, de vivirnos a nosotros mismos como uno con Dios… más audaz y humildemente dicho: ser Dios mismo. Podría ser que, al menos buena parte de las personas, especialmente las nuevas generaciones, pudieran vivir sin decir Dios, pero siéndolo en cada una de sus decisiones.

El ocaso de Dios, y el surgimiento del ser humano, iniciado con la revolución francesa y la revolución industrial, quizás no sea algo tan terrible. Tenemos la oportunidad de que Dios y nosotros nos volvamos uno, y aunque Dios ya no aparezca en el consciente, quizás sea cuando más verdaderamente esté actuando. Creo que este cambio, hacia una radicalmente nueva manera de vivir nuestra profunda y verdadera esencia humano/divina, quizás sean, mayoritariamente, los jóvenes quienes puedan construirla. Dios sigue teniendo futuro, aunque ya “no exista” (como el buey en el cuadro), porque nosotros seguiremos existiendo. Lo diremos sin decirlo, quizá hasta sin creer. Sin embargo, confieso que sí tengo la profunda duda sobre el futuro de la religiosidad tan dual, dicotómica, externa y mítica que vivimos… y el sector de la Iglesia que la promueve. Espero que, como Institución, no sea el más grande, pero también tengo mis dudas al respecto.

Nosotros, los Maristas, y tantos otros que trabajamos con los jóvenes, quizás tengamos, poco a poco, que volvernos bilingües. Capaces de hablar el lenguaje religioso, la tradición de nuestros padres, con la que ya estamos bastante familiarizados. Pero, a la vez, capaces de hablar simplemente el lenguaje humano, sin decir Dios, pero conectados con lo más profundo de nuestro ser como humanos y, por ello, de todo lo que existe. Con esto no estamos tan familiarizados, y no poseemos el lenguaje adecuado.

Al fin y al cabo, ¿qué es más importante, decir Dios o vivir y ser Dios en este mundo para nuestros hermanos/as y toda la creación?

Juan Antonio Sandoval Martínez, fms