La cultura vocacional

La palabra cultura alude a las distintas expresiones de la vida de un pueblo o de una comunidad humana.

Cuando hablamos de cultura vocacional, no nos estamos refiriendo a una cultura paralela o distinta de las culturas propias de cada pueblo, no es tampoco una realidad que la Iglesia quiere imponer desde afuera.

Es el Evangelio, es la Palabra de Jesús que, encarnada en los hombres y mujeres de cada época, va ayudando a gestar una nueva cultura: cultura de la vida, de la solidaridad, de la gratuidad, de la belleza, de la esperanza…

La Iglesia no existe para sí misma, vive, como la quiso y la fundó Jesús, para llevar la vida de Dios al mundo.

La Iglesia busca llevar el mensaje y el proyecto de Jesús a los hombres y mujeres de todos los pueblos y culturas. Quiere que todos conozcan a Jesús y conociéndolo acojan su Palabra y la lleven a su vida.

Quiere que cada pueblo viva en plenitud la vocación -el llamado- a la vida. Que la cultura de cada pueblo sea expresión de los valores más genuinos y propios del espíritu humano.

Quiere que la cultura despierte lo más hermoso del corazón del hombre y la mujer.

La cultura vocacional quiere precisamente servir al mundo de esta manera, favoreciendo, creando un ambiente propicio para que se despierte la belleza de lo humano y se plasme en el vivir cotidiano. Quiere ayudar a transformar la cultura desde adentro… como la levadura fermenta la masa.

El término cultura vocacional, se ha ido acuñando progresivamente. Fue el Papa Juan Pablo II quien lanzó el desafío de ir gestando una cultura que favorezca el que cada hombre y mujer pueda buscar el sentido verdadero de la vida.

Algunas afirmaciones sobre Cultura Vocacional

Es cultura de la vida y de la apertura a la vida, del significado del existir, pero también del morir. Hace referencia a valores un tanto olvidados por cierta mentalidad emergente, tales como:

  • La gratitud, la aceptación del misterio, el sentido de lo imperfecto del hombre y, a la vez, de su apertura a lo trascendente.
  • La disponibilidad a dejarse llamar por otro (o por Otro) y preguntar por la vida…
  • El afecto, la comprensión, el perdón, admitiendo que aquello que se ha recibido es inmerecido y sobrepasa la propia capacidad.
  • La capacidad de soñar y anhelar.
  • El asombro que permite apreciar la belleza y elegirla por su valor intrínseco, porque hace bella y auténtica la vida.
  • El altruismo que no es solo solidaridad de emergencia, sino que nace del descubrimiento de la dignidad de cualquier ser humano.

Es una cultura capaz de encontrar valor y gusto por las grandes cuestiones, las que atañen al propio futuro: son las grandes preguntas las que hacen grandes las pequeñas respuestas.

Pero son las pequeñas y cotidianas respuestas las que provocan las grandes decisiones, como la de la fe; o que crean cultura, como la de la vocación.

La cultura vocacional quiere ser entonces el “humus” que permite y favorece el que cada hombre y mujer se pregunte por su vida, por su pasado, presente y futuro y pueda desplegar sus dones y capacidades para ponerlos al servicio de su pueblo.

El hombre y la mujer que crece en este “ambiente” es capaz de preguntarse por lo fundamental de la vida y está así capacitado para descubrir el llamado a servir y a amar en una vocación particular (en el matrimonio, como padre y esposo, en la vida consagrada a Dios, en el sacerdocio, en un trabajo o profesión al servicio de los demás, en una misión de servicio, etc.).

Cada persona es llamada a desplegar lo que le es más propio para ponerlo al servicio de los demás… la vida es un don y como don es también para compartirla.

Hoy existe una urgencia de promover las actitudes vocacionales de fondo, que originan una auténtica cultura vocacional.