El mundo, la vida, mi ser… Marista
“La felicidad no es una farmacia de guardia 24 horas. Tampoco es la ausencia de problemas. La felicidad es lo que cada uno defina. Es una actitud ante la vida”, Patricia Ramírez.
Soy Héctor Aguilar, tengo 25 años, salvadoreño, amante de la filosofía, la razón, de la vida y sus misterios. Ser marista para mí es la actitud con que aprendo y me enamoro para ser feliz.
Ser marista es mucho más que un título que me clasifica, me hace sentir que pertenezco a un grupo específico. Es una dicha pero también es un compromiso con la vida, más allá del “yo” y del “tú”, que me lleva a actuar en el mundo, más allá de las cuatro paredes de nuestro Instituto.
Mi esencia marista la centro en dos momentos significativos: Escuela de Líderes 2 (EL2) y mi experiencia de inserción en la aldea de Páyque, Baja Verpaz, Guatemala.
Escuela de Líderes II fue la primera ventana donde tomé consciencia de la vida que hay en el exterior de las instituciones maristas y sus respectivos apostolados internos, los cuales muchas veces pueden llegar a convertirse en nuestra zona de confort.
Todos los que hemos tenido la oportunidad de vivir una EL2, sabemos que es una experiencia que, más allá de transformarnos, nos abre los ojos para ver la realidad en la que vivimos, en sus tonos grises y oscuros. No solo se trata del “mundo” en el que yo me manejo, sino la sociedad, la comunidad común en la que algunas personas tenemos la dicha de vivir, aun con dificultades y limitaciones, y donde muchos otros son menos favorecidos y únicamente sobreviven el día a día.
Los afortunados comienzan el partido de la vida con un marcador de cero por cero, otros comienzan su propio partido con goles en contra. Y es ahí donde aquel que se diga ser marista pero, sobre todo, cristiano, debe ayudar al hermano desfavorecido, el olvidado y marginado por la sociedad.
Durante este 2017, que ha sido mi primer año dentro de la casa de formación de los hermanos maristas en la Ciudad de Guatemala, tuvimos la oportunidad de vivir y trabajar con las familias de la aldea de Páyaque, en Baja Verapaz, durante 10 días. Fue inolvidable por la particularidad, como dice el dicho popular, “de ir a la guerra sin fusil”.
Fue un tiempo de misión. Recuerdo el gran amor y cariño con el que las personas nos recibieron, como si fuésemos viejos conocidos que habían llegado luego de mucho tiempo. Cada familia, con sus limitados recursos, nos dieron lo mejor que tenían: alimento, tiempo, compañía, sus vidas.
Es maravilloso descubrir y acoger un Jesús vivo y presente ahí, en quienes y por quienes Él opto durante su vida: los sencillos, olvidados y pobres. Aquellas personas que con lo poco que tienen nos dan una gran lección de humanidad, de interioridad y de libertad. Son ellos quienes son felices auténticamente y esa felicidad también se encuentra abierta para nosotros.
Con gran cariño recuerdo cada uno de los rostros de las personas que nos acogieron en sus casas y compartieron sus vidas con nosotros. Me enseñaron que la felicidad no es la ausencia de problemas, no es tenerlo todo; sino que es tener problemas y, aun con las limitantes, tener una actitud de felicidad para vivir. Y esa vida no se centra únicamente en “mí”, sino para los demás.
Vivir la vida, ser feliz es estar abierto y atento al misterio de Dios que me habita a mí y a los otros y que debemos ir descubriendo, renovando y haciéndolo vida en cada momento. La felicidad es esa actitud de acoger lo que vaya viviendo y verlo desde los ojos de Dios. No ser un ansioso en búsqueda de dar respuesta a la pregunta: ¿Por qué vivo esto, Dios? Sino buscar la respuesta esperanzadora a la pregunta: ¿Para qué, Dios?
Y ser marista es estar comprometido a ser feliz en la entrega, en la humanización y dignificación del joven, la niña, el niño, la hermana y el hermano que me rodea. Ser marista, ser cristiano, es descubrir y acoger a un Jesús vivo y presente en el otro, en especial en aquel a quien muchas veces no vemos.
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