Cinco consejos para encontrar la paz después de terminar un noviazgo

Sientes pena y dolor. Una relación en la que habías invertido tiempo, ilusiones, cariño y en la que habías puesto mucho de tu parte, de pronto, por el motivo que sea… Ha terminado.

Puedes estarte preguntando: ¿Por qué Dios me manda semejante prueba? ¿Qué he hecho yo para merecer este dolor tan grande? Más allá del porqué y cómo ha llegado a su fin esa historia, “romper” una relación siempre implica dolor. Aun y cuando pueden existir noviazgos que concluyan en “buenos términos”, siempre traen consigo una cuota de dolor.

Tenemos la sensación de que nuestro corazón está roto. Literalmente, sentimos dolor en el pecho y lloramos, nos lamentamos. Nuestras emociones están a flor de piel y sentimos que todo lo que vemos o escuchamos, nos recuerda a esa persona que ya no está en nuestra vida.

Entonces, ¿qué podemos hacer ante tal situación? La respuesta es complicada. El dolor es real y no existe un remedio único para sanar un corazón roto. Nos cuesta mucho encontrar cada pieza, porque esa historia de amor nos cambió para siempre y la llevaremos con nosotros como una cicatriz. Si aquella relación acabó en malos términos, es posible que nos cueste mucho volver a amar. Por eso, debemos tener cuidado de qué hacemos y qué no hacemos.

A continuación, te proponemos cinco cosas que puedes poner en práctica para poder comenzar a sanar tu corazón, para que puedas volver a amar y a confiar como Dios manda…

1. Acepta el dolor.

No querer aceptar que duele es un modo muy complicado de pasar por el duelo, ya que es el proceso psicológico que se desata por una pérdida, que tiene cinco facetas o etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. No siempre se dan todas y no siempre se dan en ese orden, pero el alma necesita un tiempo para recuperarse de una pérdida, y durante ese proceso las emociones podrán ser incontrolables. Lo que te niegues a sufrir ahora, puede resurgir en un futuro como ansiedad o depresión. Necesitas atravesar las etapas del duelo para sanar tu alma.

2. Deja que los sentimientos fluyan, pero no te ahogues en tus propias lágrimas.

¿Quieres llorar? ¡Llora! ¿Quieres reír? ¡Ríe! ¿Un día te sientes bien? ¡No te sientas culpable! Expresar los sentimientos ayuda a purificarlos. Reprimir los sentimientos puede lograr que se “pudran” en tu interior. Si tienes un amigo que te acompañe en este estado catastrófico, busca su compañía. También Jesús puede escuchar tus penas y consolarte, puedes acudir a la Adoración Eucarística para dejar que tus sentimientos se aplaquen. Escribe “cartas que nunca voy a enviar” expresando todo lo que sientes y no te guardes nada en tu interior (¡luego las quemas!).

Ahora, si bien es sano dejar que los sentimientos fluyan, no podemos dejar que nos embarguen. Tarde o temprano nuestro dolor tiene que desaparecer. Muchas veces dejamos que nos “siga doliendo” porque es fácil tomar el papel de víctima. Si el duelo continúa después de un tiempo más o menos largo (pongamos unos tres meses de límite máximo) entonces es momento de buscar ayuda profesional, porque es probable que estemos frente a un proceso patológico.

3. Pon distancia.

El amor y los sentimientos son difíciles de dominar. Es mejor poner distancia entre la persona con la que rompiste una relación y saca de tu vida todas aquellas cosas que te hagan recordarla. Es natural que los primeros días sean difíciles, porque hasta tomar agua te va a recordar al otro. Pero nunca, bajo ninguna circunstancia, quieras “continuar como amigos”. Es una muerte lenta y dolorosa, y ¡no funciona! Los sentimientos que estuviste alimentando durante tanto tiempo, ahora los tienes que reprimir para siempre. Cuanta más distancia puedas poner entre ambos, mejor.

4. Cuídate y toma un descanso de tu rutina.

Nadie puede cuidarte mejor que tú. Estos momentos, donde las relaciones provocan dolor, somos especialmente propensos a “dejarnos estar” y comer como animales o encerrarnos a llorar dos mares completos. Eso no es bueno. Podemos vivir nuestro duelo, pero también es importante que nos curemos de cuerpo y alma. Buen sueño, buena comida, buen ejercicio, pueden ayudarnos a “estar bien” mucho antes que lo que pensamos. También salir de la rutina con algún viaje, un retiro o dedicar tiempo a cosas que no harías normalmente, pueden hacer que atravesar el dolor sea más llevadero.

5. Reza.

Recurre al Señor en tu dolor. Tal vez Dios esté permitiéndote este dolor porque espera sacar mucho provecho de él. El labrador no le pide permiso a la tierra para pasarle con el arado por encima, pero lo hace para que dé fruto. Pregúntale a Dios en oración qué es lo que quiere de ti y ofrécele tu dolor por la salvación de tu alma y por tu futuro esposo o esposa, si Dios quiere que te cases.

El dolor tiene un sentido de salvación, y a este sentimiento, que hoy nos atormenta el alma, podemos darle un significado en beneficio propio. Cuando estemos apabullados por el sufrimiento, podemos unir nuestros padecimientos a los de Cristo en la Cruz, quien pasó por mucho para poder salvarnos.

En la Biblia tenemos algunas lecturas preciosas que nos pueden dar mucho consuelo:

Cuando estemos solos: Isaías 43, 1-5.

No temas, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú me perteneces. Si cruzas por las aguas, yo estaré contigo, y los ríos no te anegarán; si caminas por el fuego, no te quemarás, y las llamas no te abrasarán. Porque yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. Yo entregué a Egipto para tu rescate, a Cus y a Sebá a cambio de ti. Porque tú eres de gran precio a mis ojos, porque eres valioso, y yo te amo, entrego hombres a cambio de ti y pueblos a cambio de tu vida. No temas, porque yo estoy contigo: traeré a tu descendencia desde Oriente y te reuniré desde Occidente.

Cuando necesitemos consuelo: Salmo 34, 18-20.

Cuando ellos claman, el Señor los escucha
y los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca del que sufre
y salva a los que están abatidos.
El justo padece muchos males,
pero el Señor lo libra de ellos.

Cuando necesitemos curación: Marcos 5, 34
Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu dolencia.

Fuente: Catholic-Link.

Compartir en: